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799. ATRIBUIDOS A GABRIEL DE LA CORTE (Madrid, 1648-1694)Florero en un jarrón de cristal sobre un pedestal de piedra y Florero en un jarrón de bronce sobre un pedestal de piedra

Dos óleos sobre lienzo. 84,5 x 63 cm, cada uno.
Inscritos números de inventario en el ángulo inferior izquierdo “268” y “300.”
 
Gabriel de la Corte fue un pintor español, hijo de Lucas de la Corte destacó como uno de los principales pintores de flores de Madrid durante su época. Fue un artista prolífico y de él se conservan numerosas obras principalmente cuadros de flores dispuestas en cestillos, cartelas y jarrones.
 
Las dos pinturas que presentamos, con números de inventario en el ángulo inferior izquierdo, sugieren que podrían formar parte de una serie más amplia de cuadros de flores destinados a decorar algún palacio. Pintadas sobre un lienzo relativamente grueso y de trama abierta, él soporte preferido de la Corte.
 
Con sus habituales fondos neutros, el pintor dispone sobre un pedestal de piedra los dos jarrones; uno de cristal y otro de bronce, con un amplio surtido de flores que ocupan casi todo el campo pictórico, en su característica manera de horro vacui. Se suceden así, una variedad de flores de tempestuosa vitalidad: tulipanes, dalias, narcisos, rosas, campanillas… cuyos tallos y hojas se retuercen de forma casi arabesca. La pincelada es segura y espontánea con detalle en el dibujo de las flores; unos toques más empastados y otros más finos para conseguir unas veladuras más transparentes. La intensidad cromática y el juego de luces y sombras son evidentes, con tonos más claros en las flores centrales para captar la atención del espectador, mientras que las tonalidades más oscuras se sitúan en la periferia del ramo, una práctica habitual en otras de las pinturas de flores de Gabriel de la Corte.

Precio salida

4.500 €

VENDIDO POR

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799. ATRIBUIDOS A GABRIEL DE LA CORTE (Madrid, 1648-1694)Florero en un jarrón de cristal sobre un pedestal de piedra y Florero en un jarrón de bronce sobre un pedestal de piedra

Dos óleos sobre lienzo. 84,5 x 63 cm, cada uno.
Inscritos números de inventario en el ángulo inferior izquierdo “268” y “300.”
 
Gabriel de la Corte fue un pintor español, hijo de Lucas de la Corte destacó como uno de los principales pintores de flores de Madrid durante su época. Fue un artista prolífico y de él se conservan numerosas obras principalmente cuadros de flores dispuestas en cestillos, cartelas y jarrones.
 
Las dos pinturas que presentamos, con números de inventario en el ángulo inferior izquierdo, sugieren que podrían formar parte de una serie más amplia de cuadros de flores destinados a decorar algún palacio. Pintadas sobre un lienzo relativamente grueso y de trama abierta, él soporte preferido de la Corte.
 
Con sus habituales fondos neutros, el pintor dispone sobre un pedestal de piedra los dos jarrones; uno de cristal y otro de bronce, con un amplio surtido de flores que ocupan casi todo el campo pictórico, en su característica manera de horro vacui. Se suceden así, una variedad de flores de tempestuosa vitalidad: tulipanes, dalias, narcisos, rosas, campanillas… cuyos tallos y hojas se retuercen de forma casi arabesca. La pincelada es segura y espontánea con detalle en el dibujo de las flores; unos toques más empastados y otros más finos para conseguir unas veladuras más transparentes. La intensidad cromática y el juego de luces y sombras son evidentes, con tonos más claros en las flores centrales para captar la atención del espectador, mientras que las tonalidades más oscuras se sitúan en la periferia del ramo, una práctica habitual en otras de las pinturas de flores de Gabriel de la Corte.

Precio salida: 4.500 €

VENDIDO POR: 4.500 €

800. DOMINGO MARTINEZ (Sevilla, 1688-1749)Divina Pastora sobre un paisaje

Óleo sobre lienzo. 95 x 83,5 cm.
 
La devoción a la Divina Pastora, fue un tema recurrente en la pintura sevillana del siglo XVIII debido a su gran popularidad desde sus inicios, sirvió de fuente de inspiración para las composiciones de pintores destacados como Lorente Germán, Domingo Martínez, Juan de Espinal y Andrés Rubira.
 
Su devoción surge en el siglo XVIII en el convento capuchino de las Santas Justa y Rufina de Sevilla. El 24 de junio de 1703 el fraile Isidoro de Sevilla, orando en el coro de dicho convento, se le apareció la Santísima Virgen con traje y aspecto de Pastora, mandándole predicar la devoción a Ella bajo este título. Al día siguiente el fraile le encarga hacer un lienzo al pintor Alonso Miguel de Tovar con la imagen de la Divina Pastora, dándole la siguiente descripción: “En el centro y bajo la sombra de un árbol, la Virgen Santísima sedente en una peña, irradiando de su rostro divino amor y ternura. La túnica roja, pero cubierto el busto hasta las rodillas de blanco pellico, ceñido a la cintura. Un manto azul, terciado al hombro izquierdo, envolverá el contorno de su cuerpo, y hacia el derecho, en las espaldas, llevará el sombrero pastoril, y junto a la diestra aparecerá el báculo de su poderío. En la mano izquierda sostendrá unas rosas y posará la mano derecha sobre un cordero que se acoge hacia su regazo. Algunas ovejas rodearán a la Virgen, formando su rebaño, y todas en sus boquitas llevarán sendas rosas, simbólicas del avemaría con que la veneran. En lontananza se verá una oveja extraviada y perseguida por el lobo -el enemigo emergente de una cueva con afán de devorarla, pero pronuncia el avemaría, expresado por un rótulo en su boca, demandando auxilio; y aparecerá el arcángel San Miguel, bajando del Cielo, con el escudo protector y la flecha, que ha de hundir en el testuz del lobo maldito”. Este fraile, funda la primera Hermandad del Rebaño de María en 1703 en la iglesia de San Gil y escribe un libro sobre la Divina Pastora, que se publica en 1705.
 
La obra que presentamos, hasta ahora inédita, nos acerca a prototipo de la Divinas Pastora creadas por Domingo Martínez. El pintor nos sitúa en el centro de la composición a la Virgen. Viste túnica rosa, pelliza, manto azul. Sobre sus hombros el sombrero de pastora, junto a su cayado, otro de los atributos “pastoreños”. Con su mano izquierda, acaricia a una de las ovejas, mientras que con la otra sostiene un conjunto de rosas Su particular rebaño de ovejas la rodea, algunas descansan, otras se acercan a la divinidad y una se enrosca a sus pies. Al fondo, San Miguel Arcángel desciende del cielo para proteger al cordero del ataque del lobo, representando la lucha entre el bien y el mal, con San Miguel como defensor de la fe.
 
Hasta ahora, esta composición responde en líneas generales al programa iconográfico de fray Isidro de Sevilla; sin embargo,  Martínez introduce un rasgo novedoso en la composición: la representación de un ángel junto a un borrico y su rebaño bebiendo de un río, en el segundo término tras la Virgen.
 
Destacamos en este lienzo, la meticulosa representación de los lirios que cuelgan con gracia en el ramaje del árbol, posiblemente como un tributo a la Divina Pastora; el virtuosismo dibujo del cardo en el ángulo inferior derecho, la intensa mirada directa hacia el espectador de la Virgen, con sus facciones alargadas, barbilla finamente perfilada, nariz y ojos almendrados. Además, el dominio magistral del color y el juego de luces y  sombras.
 
A relacionar con otras dos Divinas Pastoras de Martínez,  conservadas en el Convento de Capuchinos de Sevilla y el del Convento de las Trinitarias de Madrid. (Ver: En la senda de Murillo. Tovar y la Divina Pastora, lám.16  y 17, pp. 282 y 286.

Precio salida

10.000 €

800. DOMINGO MARTINEZ (Sevilla, 1688-1749)Divina Pastora sobre un paisaje

Óleo sobre lienzo. 95 x 83,5 cm.
 
La devoción a la Divina Pastora, fue un tema recurrente en la pintura sevillana del siglo XVIII debido a su gran popularidad desde sus inicios, sirvió de fuente de inspiración para las composiciones de pintores destacados como Lorente Germán, Domingo Martínez, Juan de Espinal y Andrés Rubira.
 
Su devoción surge en el siglo XVIII en el convento capuchino de las Santas Justa y Rufina de Sevilla. El 24 de junio de 1703 el fraile Isidoro de Sevilla, orando en el coro de dicho convento, se le apareció la Santísima Virgen con traje y aspecto de Pastora, mandándole predicar la devoción a Ella bajo este título. Al día siguiente el fraile le encarga hacer un lienzo al pintor Alonso Miguel de Tovar con la imagen de la Divina Pastora, dándole la siguiente descripción: “En el centro y bajo la sombra de un árbol, la Virgen Santísima sedente en una peña, irradiando de su rostro divino amor y ternura. La túnica roja, pero cubierto el busto hasta las rodillas de blanco pellico, ceñido a la cintura. Un manto azul, terciado al hombro izquierdo, envolverá el contorno de su cuerpo, y hacia el derecho, en las espaldas, llevará el sombrero pastoril, y junto a la diestra aparecerá el báculo de su poderío. En la mano izquierda sostendrá unas rosas y posará la mano derecha sobre un cordero que se acoge hacia su regazo. Algunas ovejas rodearán a la Virgen, formando su rebaño, y todas en sus boquitas llevarán sendas rosas, simbólicas del avemaría con que la veneran. En lontananza se verá una oveja extraviada y perseguida por el lobo -el enemigo emergente de una cueva con afán de devorarla, pero pronuncia el avemaría, expresado por un rótulo en su boca, demandando auxilio; y aparecerá el arcángel San Miguel, bajando del Cielo, con el escudo protector y la flecha, que ha de hundir en el testuz del lobo maldito”. Este fraile, funda la primera Hermandad del Rebaño de María en 1703 en la iglesia de San Gil y escribe un libro sobre la Divina Pastora, que se publica en 1705.
 
La obra que presentamos, hasta ahora inédita, nos acerca a prototipo de la Divinas Pastora creadas por Domingo Martínez. El pintor nos sitúa en el centro de la composición a la Virgen. Viste túnica rosa, pelliza, manto azul. Sobre sus hombros el sombrero de pastora, junto a su cayado, otro de los atributos “pastoreños”. Con su mano izquierda, acaricia a una de las ovejas, mientras que con la otra sostiene un conjunto de rosas Su particular rebaño de ovejas la rodea, algunas descansan, otras se acercan a la divinidad y una se enrosca a sus pies. Al fondo, San Miguel Arcángel desciende del cielo para proteger al cordero del ataque del lobo, representando la lucha entre el bien y el mal, con San Miguel como defensor de la fe.
 
Hasta ahora, esta composición responde en líneas generales al programa iconográfico de fray Isidro de Sevilla; sin embargo,  Martínez introduce un rasgo novedoso en la composición: la representación de un ángel junto a un borrico y su rebaño bebiendo de un río, en el segundo término tras la Virgen.
 
Destacamos en este lienzo, la meticulosa representación de los lirios que cuelgan con gracia en el ramaje del árbol, posiblemente como un tributo a la Divina Pastora; el virtuosismo dibujo del cardo en el ángulo inferior derecho, la intensa mirada directa hacia el espectador de la Virgen, con sus facciones alargadas, barbilla finamente perfilada, nariz y ojos almendrados. Además, el dominio magistral del color y el juego de luces y  sombras.
 
A relacionar con otras dos Divinas Pastoras de Martínez,  conservadas en el Convento de Capuchinos de Sevilla y el del Convento de las Trinitarias de Madrid. (Ver: En la senda de Murillo. Tovar y la Divina Pastora, lám.16  y 17, pp. 282 y 286.

Precio salida: 10.000 €

VENDIDO
816. MARIANO SALVADOR MAELLA (Valencia, 1739-Madrid, 1819)Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Paduah. 1787

Óleo sobre lienzo. 57 x 36 cm.
En el reverso inscrito en el bastidor: "Maella".
 
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
Morales y Marín, Jose Luis, Mariano Salvador Maella: Vida y obra, Zaragoza, 1996, pág. 137, lám. 91.
Mano, José de la, Mariano Salvador Maella (catálogo razonado). Fundación Arte Hispánico, 2011, p. 451, V. 32.
 
Posible boceto de presentación por su carácter acabado e inédito, pintado por  Maella h. 1787, para el cuadro de la Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua, óleo sobre lienzo. 2,90 x 1,58 cm, rematado en medio punto y conservado en el Museo Municipal de Madrid (I.N. 5385). Dicha obra se concibió para un retablo del crucero de la iglesia de la Casa de Campo de la Torrecilla.
 
Siguiendo la iconografía tradicional, en la obra que presentamos Maella nos presenta a San Antonio arrodillado ante una mesa sobre la que se muestra el Niño Jesús sentado sobre un trono de nubes, en actitud de bendecir al Santo. El Santo portugués besa el pie izquierdo del Niño. En el suelo en un primer término, un libro abierto y unas azucenas, atributo de la castidad.  En la parte superior del cuadro, la gloria angélica compuesta por querubines, destacando los dos ángeles volando de la parte izquierda, que contemplan la escena. Al fondo a la derecha, entre la arquitectura, un personaje observa el instante como testigo humano de la aparición milagrosa.
 
Con una paleta cromática suave y delicada, Maella acentúa los tonos y resalta especialmente los amarillos del fondo, creando un marcado contraste con los blancos de las nubes. La representación de las carnaciones muestra un meticuloso trabajo, mientras que el trazo de la pintura es esbozado y exquisito, en perfecta sintonía con el estilo distintivo del pintor.
 
Se conservan un boceto del cuadro de altar en el Museo Cerralbo de Madrid (con número de inventario 2.014), así como dos copias, ambas en dos colecciones particulares de Madrid.

Precio salida

10.000 €

VENDIDO POR

10.000 €
VENDIDO
816. MARIANO SALVADOR MAELLA (Valencia, 1739-Madrid, 1819)Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Paduah. 1787

Óleo sobre lienzo. 57 x 36 cm.
En el reverso inscrito en el bastidor: "Maella".
 
BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA:
Morales y Marín, Jose Luis, Mariano Salvador Maella: Vida y obra, Zaragoza, 1996, pág. 137, lám. 91.
Mano, José de la, Mariano Salvador Maella (catálogo razonado). Fundación Arte Hispánico, 2011, p. 451, V. 32.
 
Posible boceto de presentación por su carácter acabado e inédito, pintado por  Maella h. 1787, para el cuadro de la Aparición del Niño Jesús a San Antonio de Padua, óleo sobre lienzo. 2,90 x 1,58 cm, rematado en medio punto y conservado en el Museo Municipal de Madrid (I.N. 5385). Dicha obra se concibió para un retablo del crucero de la iglesia de la Casa de Campo de la Torrecilla.
 
Siguiendo la iconografía tradicional, en la obra que presentamos Maella nos presenta a San Antonio arrodillado ante una mesa sobre la que se muestra el Niño Jesús sentado sobre un trono de nubes, en actitud de bendecir al Santo. El Santo portugués besa el pie izquierdo del Niño. En el suelo en un primer término, un libro abierto y unas azucenas, atributo de la castidad.  En la parte superior del cuadro, la gloria angélica compuesta por querubines, destacando los dos ángeles volando de la parte izquierda, que contemplan la escena. Al fondo a la derecha, entre la arquitectura, un personaje observa el instante como testigo humano de la aparición milagrosa.
 
Con una paleta cromática suave y delicada, Maella acentúa los tonos y resalta especialmente los amarillos del fondo, creando un marcado contraste con los blancos de las nubes. La representación de las carnaciones muestra un meticuloso trabajo, mientras que el trazo de la pintura es esbozado y exquisito, en perfecta sintonía con el estilo distintivo del pintor.
 
Se conservan un boceto del cuadro de altar en el Museo Cerralbo de Madrid (con número de inventario 2.014), así como dos copias, ambas en dos colecciones particulares de Madrid.

Precio salida: 10.000 €

VENDIDO POR: 10.000 €

817. AGUSTÍN DE ESTEVE Y MÁRQUEZ (Valencia, 1753- Madrid, 1820)Retrato de niña con conejo; retrato de Doña Laureana Díaz de Mendoza Valcárcelh. 1815

Óleo sobre lienzo. 98 x 74,5 cm.
 
PROCEDENCIA:
Colección Sirabegne, Madrid, 1925.
Colección particular, Estados Unidos.
Galería Caylus, Madrid.
Colección particular de Victoria Eugenia Pérez de Ascanio Zuleta.
 
EXPOSICIONES:
El niño en España. Sociedad Española de Amigos del Arte, Madrid, 1925; núm. 37 del catálogo, lámina XXX.
 
BIBLIOGRAFÍA:
Catálogo de la exposición el niño en España, Madrid, 1925; pág. 74, núm. 37.
Soria, Martín S. , Agustín de Esteve and Goya. The Art Bulletin, Vol. XXV, núm 3, septiembre de 1943, p. 264, núm. 81.
Soria, Martín S. Agustín de Esteve y Goya, Valencia, 1957, pág. 134, núm. 136.
 
Pintor consagrado en la representación de retratos, cuya formación inicial se desarrolló en la Academia de Bellas Artes de Agustín Esteve San Carlos en Valencia. Posteriormente, en 1770, continuó su aprendizaje en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde fue influenciado por destacados artistas como Francisco Bayeu, Mariano Salvador Maella y Antón Rafael Mengs. En 1775, Esteve conoció a Francisco de Goya, estableciendo una estrecha colaboración que dejó una marca significativa en su estilo pictórico. Aunque sus retratos reflejan la influencia de Goya, también exhiben características personales e individuales.
 
Durante el último cuarto del siglo XVIII, Esteve se convirtió en uno de los retratistas más solicitados por la aristocracia cortesana. En reconocimiento a su talento, en 1800 fue nombrado pintor de cámara y académico de mérito en la Academia de Bellas Artes de San Carlos.
 
El retrato que presentamos, pintado alrededor de 1815, muestra la habilidad de Esteve para capturar el candor infantil. Identificada como Doña Laureana Díaz de Mendoza Valcárcel, hija de los Marqueses de Fontaner y Condes de Balazote, esta obra la muestra en un entorno interior decorado con un cortinaje de tonos ocres. Viste un sencillo traje rosa pálido adornado con puntillas, mientras que, en el suelo, un pequeño gazapillo devora una zanahoria con aparente viveza, añadiendo un toque de vida y cierto sentimentalismo a la composición. La postura de la niña en el suelo se ve reforzada por la sombra hábilmente utilizada por el pintor. Los grandes ojos negros, la vibrante armonía del colorido, así como la distribución cuidadosa de la luz, son rasgos distintivos del estilo del pintor.
 
Se conserva otro retrato de Retrato de Doña Laureana Díaz de Mendoza Valcárcel, firmado por Esteve, en el que aparece con una manzana, y cuyo nombre y patronímico está inscrito en el lienzo.

Precio salida

9.000 €

NO VENDIDO

817. AGUSTÍN DE ESTEVE Y MÁRQUEZ (Valencia, 1753- Madrid, 1820)Retrato de niña con conejo; retrato de Doña Laureana Díaz de Mendoza Valcárcelh. 1815

Óleo sobre lienzo. 98 x 74,5 cm.
 
PROCEDENCIA:
Colección Sirabegne, Madrid, 1925.
Colección particular, Estados Unidos.
Galería Caylus, Madrid.
Colección particular de Victoria Eugenia Pérez de Ascanio Zuleta.
 
EXPOSICIONES:
El niño en España. Sociedad Española de Amigos del Arte, Madrid, 1925; núm. 37 del catálogo, lámina XXX.
 
BIBLIOGRAFÍA:
Catálogo de la exposición el niño en España, Madrid, 1925; pág. 74, núm. 37.
Soria, Martín S. , Agustín de Esteve and Goya. The Art Bulletin, Vol. XXV, núm 3, septiembre de 1943, p. 264, núm. 81.
Soria, Martín S. Agustín de Esteve y Goya, Valencia, 1957, pág. 134, núm. 136.
 
Pintor consagrado en la representación de retratos, cuya formación inicial se desarrolló en la Academia de Bellas Artes de Agustín Esteve San Carlos en Valencia. Posteriormente, en 1770, continuó su aprendizaje en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, donde fue influenciado por destacados artistas como Francisco Bayeu, Mariano Salvador Maella y Antón Rafael Mengs. En 1775, Esteve conoció a Francisco de Goya, estableciendo una estrecha colaboración que dejó una marca significativa en su estilo pictórico. Aunque sus retratos reflejan la influencia de Goya, también exhiben características personales e individuales.
 
Durante el último cuarto del siglo XVIII, Esteve se convirtió en uno de los retratistas más solicitados por la aristocracia cortesana. En reconocimiento a su talento, en 1800 fue nombrado pintor de cámara y académico de mérito en la Academia de Bellas Artes de San Carlos.
 
El retrato que presentamos, pintado alrededor de 1815, muestra la habilidad de Esteve para capturar el candor infantil. Identificada como Doña Laureana Díaz de Mendoza Valcárcel, hija de los Marqueses de Fontaner y Condes de Balazote, esta obra la muestra en un entorno interior decorado con un cortinaje de tonos ocres. Viste un sencillo traje rosa pálido adornado con puntillas, mientras que, en el suelo, un pequeño gazapillo devora una zanahoria con aparente viveza, añadiendo un toque de vida y cierto sentimentalismo a la composición. La postura de la niña en el suelo se ve reforzada por la sombra hábilmente utilizada por el pintor. Los grandes ojos negros, la vibrante armonía del colorido, así como la distribución cuidadosa de la luz, son rasgos distintivos del estilo del pintor.
 
Se conserva otro retrato de Retrato de Doña Laureana Díaz de Mendoza Valcárcel, firmado por Esteve, en el que aparece con una manzana, y cuyo nombre y patronímico está inscrito en el lienzo.

Precio salida: 9.000 €

NO VENDIDO

819. TALLER DE CARLO DOLCI (Florencia, 1616- 1686)Santa Catalina de Siena llorando con la corona de espinas

Óleo sobre cobre. 19,5 x 24 cm, sin marco.
 
Este pequeño cobre, de delicada factura, se puede relacionar con la santa Catalina de Siena, óleo sobre lienzo. 25 x 20 cm, de la colección Chigi Saracini de Siena. Lienzo, inicialmente atribuido a Dolci por Spinelli en 2005, posteriormente Francesca Baldassari, en su catálogo razonado de 2015, lo describe como una pintura producida en el taller del maestro por un alumno familiarizado con prototipos similares de Dolci, basados en el modelo de Santa Catalina conservado en la Dulwich Picture Gallery (véase: Baldassari, Francesca, Carlo Dolci: Catálogo completo de pinturas, Florencia 2015, p. 326, nº4 y p. 255; lámina 142).
 
Santa Catalina de Siena (1347-1380) fue una de las santas medievales más veneradas en Italia. Su vida se caracterizó por una profunda santidad hasta su fallecimiento a la edad de 33 años. Ochenta años después de su muerte, fue canonizada por el Papa Pío II y es reconocida como patrona de Europa.
 
El pintor nos sitúa a Santa Catalina de Siena en un fondo neutro en tonos verdes, mostrándola en una actitud de profunda contemplación. Porta una corona de espinas, aludiendo a la visión que la santa tuvo a los 28 años, donde Cristo se le apareció ofreciéndole elegir entre una corona de oro, simbolizando riquezas terrenales, o la corona de espinas, asegurando su gloria celestial. La intensa iluminación que proviene desde la derecha, la piel pálida con un tono casi plateado y el detalle de las lágrimas que surcan sus mejillas, confieren a este pequeño cobre un aspecto casi escultórico. Destacamos la meticulosidad de los detalles y el realismo que lo caracterizan, lo que contribuye a crear una obra extraordinariamente impactante y casi palpable.

Precio salida

1.800 €

819. TALLER DE CARLO DOLCI (Florencia, 1616- 1686)Santa Catalina de Siena llorando con la corona de espinas

Óleo sobre cobre. 19,5 x 24 cm, sin marco.
 
Este pequeño cobre, de delicada factura, se puede relacionar con la santa Catalina de Siena, óleo sobre lienzo. 25 x 20 cm, de la colección Chigi Saracini de Siena. Lienzo, inicialmente atribuido a Dolci por Spinelli en 2005, posteriormente Francesca Baldassari, en su catálogo razonado de 2015, lo describe como una pintura producida en el taller del maestro por un alumno familiarizado con prototipos similares de Dolci, basados en el modelo de Santa Catalina conservado en la Dulwich Picture Gallery (véase: Baldassari, Francesca, Carlo Dolci: Catálogo completo de pinturas, Florencia 2015, p. 326, nº4 y p. 255; lámina 142).
 
Santa Catalina de Siena (1347-1380) fue una de las santas medievales más veneradas en Italia. Su vida se caracterizó por una profunda santidad hasta su fallecimiento a la edad de 33 años. Ochenta años después de su muerte, fue canonizada por el Papa Pío II y es reconocida como patrona de Europa.
 
El pintor nos sitúa a Santa Catalina de Siena en un fondo neutro en tonos verdes, mostrándola en una actitud de profunda contemplación. Porta una corona de espinas, aludiendo a la visión que la santa tuvo a los 28 años, donde Cristo se le apareció ofreciéndole elegir entre una corona de oro, simbolizando riquezas terrenales, o la corona de espinas, asegurando su gloria celestial. La intensa iluminación que proviene desde la derecha, la piel pálida con un tono casi plateado y el detalle de las lágrimas que surcan sus mejillas, confieren a este pequeño cobre un aspecto casi escultórico. Destacamos la meticulosidad de los detalles y el realismo que lo caracterizan, lo que contribuye a crear una obra extraordinariamente impactante y casi palpable.

Precio salida: 1.800 €

VENDIDO
820. FRANCISCO BARRERA (Madrid, c.1595-1658)Sagrada Familia con San Juanito y San Egido en un interior con cesta de flores

Óleo sobre cobre. 40 x 30 cm.
Firmado en el reverso: "Este quadro es de Franco de las Barreras" y rúbrica final.
 
Francisco Barrera fue un pintor especializado en la pintura de naturalezas muertas, como lo evidencian las obras que han llegado hasta nuestros días. Además de ser un artista emprendedor, Barrera, al igual que muchos otros artistas de Madrid, dedicó parte de su tiempo a tasar colecciones de pintura y valorar bienes. Contemporáneo de Juan Van der Hamen, desarrolló su actividad en Madrid y mantuvo contactos profesionales constantes con pintores como Francisco Collantes, Antonio Puga, Antonio Ponce y Juan de Arellano, entre otros.
 
Su actividad pictórica se centró principalmente en la década de 1620, durante la cual estableció un taller que reflejaba su intensa actividad profesional. En 1634, ocupó el cargo de hermano mayor de la Hermandad de Nuestra Señora de los Siete Dolores. En 1633, Barrera alquilaba dos tiendas en una ubicación privilegiada del centro de Madrid, que probablemente fueron importantes puntos de venta en la Corte. Entre 1636 y 1637, participó en las decoraciones pictóricas del Palacio del Buen Retiro.
Su obra más conocida es la serie de las cuatro estaciones, firmada y fechada en 1638, que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. El valor del patrimonio de Barrera en el momento de su fallecimiento demuestra el éxito de su carrera artística, así como la amplia variedad de géneros que cultivó a lo largo de su vida.
 
La obra que presentamos, pintada sobre cobre, es una interesante contribución al catálogo razonado del pintor. Según el inventario post-mortem del taller de Barrera, realizado en 1658, predominaban los retratos de santos y cuadros de temática religiosa. Además, el documento menciona siete bodegones de frutas y una serie de cuadros de flores, algunos de los cuales fueron pintados sobre cobre (véase: Cherry, Peter, Arte y Naturaleza. El bodegón español en el siglo de oro. Madrid, 1999, p. 200).
 
El cobre, de delicada factura y posiblemente concebido como un cuadro devocional, nos traslada a un interior donde Barrera dispone las figuras de San José, la Virgen, el Niño Jesús y San Juanito siguiendo una composición en diagonal. A ellos se les une la presencia de San Egido, vestido de ermitaño, con su atributo característico: la flecha con la que fue herido, y a sus pies, un corzo portador de un collar con tonos dorados, adornado con un escudo central. Al fondo, se aprecia un cortinaje verde y una ventana que se abre hacia un paisaje. En primer plano, destacan la cesta de mimbre con flores sobre un tapete verde y una disposición aleatoria de otras flores dispersas sobre el regazo del Niño Jesús, y las manos de la Virgen y de San José.
 
San Egido o San Gil fue un ermitaño nacido en Atenas en el seno de una noble familia. Desde su infancia, demostró erudición en las Sagradas Escrituras. Tras la muerte de sus padres, distribuyó sus propiedades entre los pobres y se trasladó a Arles, Francia. En la desembocadura del Ródano, levantó una choza donde vivió como ermitaño durante un tiempo. Luego, en busca de mayor soledad, se retiró a un bosque cerca de Nimes. Fue en este lugar donde su soledad fue interrumpida únicamente por la presencia de una cierva que lo alimentó y lo abrigó de sus ubres. San Egido llegó a quererla tanto que estuvo dispuesto a arriesgar su vida para protegerla del acoso de unos malhechores. Según la leyenda, el rey visigodo Wamba (o según otras fuentes, el rey franco Childeberto) persiguió a la cierva, hiriendo accidentalmente al ermitaño con una flecha. Arrepentido, el rey mandó construir un monasterio benedictino para San Egido, fundando así el monasterio de Saint-Gilles-du-Gard.

Precio salida

4.000 €

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4.000 €
VENDIDO
820. FRANCISCO BARRERA (Madrid, c.1595-1658)Sagrada Familia con San Juanito y San Egido en un interior con cesta de flores

Óleo sobre cobre. 40 x 30 cm.
Firmado en el reverso: "Este quadro es de Franco de las Barreras" y rúbrica final.
 
Francisco Barrera fue un pintor especializado en la pintura de naturalezas muertas, como lo evidencian las obras que han llegado hasta nuestros días. Además de ser un artista emprendedor, Barrera, al igual que muchos otros artistas de Madrid, dedicó parte de su tiempo a tasar colecciones de pintura y valorar bienes. Contemporáneo de Juan Van der Hamen, desarrolló su actividad en Madrid y mantuvo contactos profesionales constantes con pintores como Francisco Collantes, Antonio Puga, Antonio Ponce y Juan de Arellano, entre otros.
 
Su actividad pictórica se centró principalmente en la década de 1620, durante la cual estableció un taller que reflejaba su intensa actividad profesional. En 1634, ocupó el cargo de hermano mayor de la Hermandad de Nuestra Señora de los Siete Dolores. En 1633, Barrera alquilaba dos tiendas en una ubicación privilegiada del centro de Madrid, que probablemente fueron importantes puntos de venta en la Corte. Entre 1636 y 1637, participó en las decoraciones pictóricas del Palacio del Buen Retiro.
Su obra más conocida es la serie de las cuatro estaciones, firmada y fechada en 1638, que se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. El valor del patrimonio de Barrera en el momento de su fallecimiento demuestra el éxito de su carrera artística, así como la amplia variedad de géneros que cultivó a lo largo de su vida.
 
La obra que presentamos, pintada sobre cobre, es una interesante contribución al catálogo razonado del pintor. Según el inventario post-mortem del taller de Barrera, realizado en 1658, predominaban los retratos de santos y cuadros de temática religiosa. Además, el documento menciona siete bodegones de frutas y una serie de cuadros de flores, algunos de los cuales fueron pintados sobre cobre (véase: Cherry, Peter, Arte y Naturaleza. El bodegón español en el siglo de oro. Madrid, 1999, p. 200).
 
El cobre, de delicada factura y posiblemente concebido como un cuadro devocional, nos traslada a un interior donde Barrera dispone las figuras de San José, la Virgen, el Niño Jesús y San Juanito siguiendo una composición en diagonal. A ellos se les une la presencia de San Egido, vestido de ermitaño, con su atributo característico: la flecha con la que fue herido, y a sus pies, un corzo portador de un collar con tonos dorados, adornado con un escudo central. Al fondo, se aprecia un cortinaje verde y una ventana que se abre hacia un paisaje. En primer plano, destacan la cesta de mimbre con flores sobre un tapete verde y una disposición aleatoria de otras flores dispersas sobre el regazo del Niño Jesús, y las manos de la Virgen y de San José.
 
San Egido o San Gil fue un ermitaño nacido en Atenas en el seno de una noble familia. Desde su infancia, demostró erudición en las Sagradas Escrituras. Tras la muerte de sus padres, distribuyó sus propiedades entre los pobres y se trasladó a Arles, Francia. En la desembocadura del Ródano, levantó una choza donde vivió como ermitaño durante un tiempo. Luego, en busca de mayor soledad, se retiró a un bosque cerca de Nimes. Fue en este lugar donde su soledad fue interrumpida únicamente por la presencia de una cierva que lo alimentó y lo abrigó de sus ubres. San Egido llegó a quererla tanto que estuvo dispuesto a arriesgar su vida para protegerla del acoso de unos malhechores. Según la leyenda, el rey visigodo Wamba (o según otras fuentes, el rey franco Childeberto) persiguió a la cierva, hiriendo accidentalmente al ermitaño con una flecha. Arrepentido, el rey mandó construir un monasterio benedictino para San Egido, fundando así el monasterio de Saint-Gilles-du-Gard.

Precio salida: 4.000 €

VENDIDO POR: 4.000 €

821. JOAQUÍN INZA (Ágreda, Soria, 1736-Madrid, 1811)Retrato de Don Pedro Jordán de Urriés y Fuenbuena, III Marqués de Ayerbe

Óleo sobre lienzo. 138,5 x 108 cm. Medidas con marco. 200 x 135 cm.
Inscrito en la cartela del copete del marco en madera tallada, estofada y dorada: IImo. Sr. Dn. Pedro Jordan Maria D. Urries y Fuenbuena infante D Na. Señora Nacio en 13 D Octubre D 1770.
 
PROCEDENCIA:
Antigua colección del Palacio de Ayerbe.
Antigua colección particular Madrid.
Colección particular Zaragoza.
BIBLIOGRAFÍA:
ARNAIZ, Jose Manuel, Francisco de Goya: tres cuadros, tres épocas, Archivo Español de Arte, Tomo 70, Nº 280, 1997, págs. 381- 385, fig.
9, fig. 10 y fig. 11.
PÉREZ GRACIA, César, Retratos de Goya, Zaragoza, paginas 8-18, ilustrado.
 
Lienzo, que dio a conocer José Manuel Arnaiz en 1997 en la publicación del Archivo Español de Arte, como obra autógrafa de Francisco de Goya (1746-1828). El 16 de marzo del 2002, emitió un certificado de autenticidad confirmando la autoría a Francisco de Goya, que posteriormente ratifica en una carta del 29 de abril del 2002 (documentación anexa).

La cartela que se halla en el copete del esplendido marco, nos identifica al retratado, Pedro Jordán de Urríes y Fuenbuena, perteneciente a una de las familias aragonesas más importantes del siglo XVIII y cuyos rasgos fisonómicos son idénticos a otros retratos localizados del personaje. Nació, el 13 octubre de 1770, según la partida de bautismo registrada en la Parroquia del Pilar de Zaragoza. Fue Gentilhombre de Cámara de Carlos IV, Mayordomo y jefe de la Casa de Fernando VII y caballero Gran Cruz de Carlos III.  Hijo de Don Pedro Jordán de Urríes y Pignatelli, II marqués de Ayerbe, teniente de Granaderos zaragozano y Capitán de la Reales Guardias Española, fundador de la Real Sociedad Económica Aragonesa de los Amigos del País, así como de la Academia de Dibujo de Zaragoza y de Dña. María Ramona Fuenbuena y Monserrat, III marquesa de Lierta y ambos naturales de Zaragoza. Se casó dos veces, una con María Nicolasa Palafox y Silva, hija del marqués de Ariza, y de segundas nupcias con María Juana Bucarelli y Bucarelli, hija de los condes de Santa Coloma. Fue elegido como acompañante del rey Fernando VII, desde la niñez de éste, hasta su destierro en Valençay donde fue nombrado Mayordomo del Rey, en sustitución del duque de San Carlos. Cumpliendo su misión real fue asesinado junto con José María Wanestron el 10 de octubre de 1810 cerca del navarro pueblo de Lerín por dos guerrilleros o soldados de caballería. (Ver: Jordán de Urries, Juan, Memorias del Marqués de Ayerbe sobre la estancia de Dn Fernando VII en Valençay, Zaragoza en 1893).
 
Los títulos que ostentó fueron los siguientes: Marqués de Ayerbe, Marqués de Lierta, Marqués de Rubí, Marqués consorte de Vallehermoso, Conde de San Clemente, Barón de Torrellas, Barón de Sánchez de Toledo, Señor de las Villas y aldeas de: Ayerbe, Biscarrues, Bardanés, Fontellas, Losanglis, Piedramorrera, La Honor de Marcuello, Sarsa, Linas y Pequera, La Peña de Carcabiello, Santa María, Triste y Yeste, De nuestra Señora de Ordás, Arguis y Nueno, Larres, Borres, Aurín, Ibort, Cartirana, Binies, Pardinas de Rosel, Mondot, Carcavilla, Aracastiello, Ostes, Bué, Blanzaco, Ordaniso, Jaz, Cercito, Bistis, Rompesacos, Ameto, Primoro, Jabierre, Tras Sierra, La Ge, Mayorazgo de Aibar. Señor de Baronías de: Albalate, Selgua, Terreu, Montbrant, Fontclara, Pola, Rico Hombre de Navarra, Caballero Mesnadero en Aragón, alcalde Perpetuo del Real Palacio de Huesca, General de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. Gentil hombre de Cámara de Carlos IV, Mayordomo y jefe de la Casa Real de Fernando VII, Caballero
de la Gran Cruz de Carlos III. A títulos póstumos: Comendador de Carrión en la Orden de Calatrava y Gran Cruz de Valençay.
 
Sobre un interior en penumbra, con la efigie de la Virgen del Pilar sobre columna (a la derecha del retratado), el pintor Inza dispone la figura de Pedro Jordán de Urries a la edad de 6- 10 años, en el centro de la composición. Peinado, según la moda diocechesca con peluca rematada en dos bucles, Pedro, dirige su mirada penetrante, ingenua y directa al espectador captando de forma casi instantánea toda nuestra atención y simpatía. Viste hábito de infante de la Virgen del Pilar. La luz irrumpe en el cuadro por la parte izquierda para centrarse en la figura del retratado, lo que permite al pintor crear un maravilloso juego cromático de rojos, tonalidades malvas y grises irisados de su vestido. Destacamos la habilidad técnica en el modo de hacer los bordados del roquete, del lazo de seda azul, así como de la medalla de la Virgen del Pilar que cuelga de su cuello o de las hebillas de los zapatos. Descansa sobre un pavimento de suelo ajedrezado de losas en verde y rosa.
A relacionar con el retrato de Don Gabriel de Borbón conservado en el Museo Lázaro Galdiano y con el retrato de Don Gabriel de Borbón de la colección de la Real Maestranza de Caballería de Ronda. En los tres, podemos apreciar cercanas similitudes desde el punto de vista estilístico, así como invariables puntos en común como es el tratamiento del pavimento ajedrezado.
 
Sin duda cabe, Inza ha sido un pintor falto de un estudio en profundidad, aunque dominó el panorama artístico de la segunda mitad del siglo XVIII. Pintó numerosos retratos para la familia real, aristócratas e intelectuales, pero fue un artista discreto con un estilo muy preciso. La obra que presentamos, es una interesante aportación al catálogo razonado del pintor y podemos considerarla por su delicadísima factura como una de sus obras más notables.
Otro retrato de Pedro Jordán de Urríes y Fuenbuena es el recogido en la Real Academia de la Historia (https://dbe.rah.es/biografias/42046/pedro-maria-jordan-de-urries-y-fuenbuena).

Precio salida

45.000 €

NO VENDIDO

821. JOAQUÍN INZA (Ágreda, Soria, 1736-Madrid, 1811)Retrato de Don Pedro Jordán de Urriés y Fuenbuena, III Marqués de Ayerbe

Óleo sobre lienzo. 138,5 x 108 cm. Medidas con marco. 200 x 135 cm.
Inscrito en la cartela del copete del marco en madera tallada, estofada y dorada: IImo. Sr. Dn. Pedro Jordan Maria D. Urries y Fuenbuena infante D Na. Señora Nacio en 13 D Octubre D 1770.
 
PROCEDENCIA:
Antigua colección del Palacio de Ayerbe.
Antigua colección particular Madrid.
Colección particular Zaragoza.
BIBLIOGRAFÍA:
ARNAIZ, Jose Manuel, Francisco de Goya: tres cuadros, tres épocas, Archivo Español de Arte, Tomo 70, Nº 280, 1997, págs. 381- 385, fig.
9, fig. 10 y fig. 11.
PÉREZ GRACIA, César, Retratos de Goya, Zaragoza, paginas 8-18, ilustrado.
 
Lienzo, que dio a conocer José Manuel Arnaiz en 1997 en la publicación del Archivo Español de Arte, como obra autógrafa de Francisco de Goya (1746-1828). El 16 de marzo del 2002, emitió un certificado de autenticidad confirmando la autoría a Francisco de Goya, que posteriormente ratifica en una carta del 29 de abril del 2002 (documentación anexa).

La cartela que se halla en el copete del esplendido marco, nos identifica al retratado, Pedro Jordán de Urríes y Fuenbuena, perteneciente a una de las familias aragonesas más importantes del siglo XVIII y cuyos rasgos fisonómicos son idénticos a otros retratos localizados del personaje. Nació, el 13 octubre de 1770, según la partida de bautismo registrada en la Parroquia del Pilar de Zaragoza. Fue Gentilhombre de Cámara de Carlos IV, Mayordomo y jefe de la Casa de Fernando VII y caballero Gran Cruz de Carlos III.  Hijo de Don Pedro Jordán de Urríes y Pignatelli, II marqués de Ayerbe, teniente de Granaderos zaragozano y Capitán de la Reales Guardias Española, fundador de la Real Sociedad Económica Aragonesa de los Amigos del País, así como de la Academia de Dibujo de Zaragoza y de Dña. María Ramona Fuenbuena y Monserrat, III marquesa de Lierta y ambos naturales de Zaragoza. Se casó dos veces, una con María Nicolasa Palafox y Silva, hija del marqués de Ariza, y de segundas nupcias con María Juana Bucarelli y Bucarelli, hija de los condes de Santa Coloma. Fue elegido como acompañante del rey Fernando VII, desde la niñez de éste, hasta su destierro en Valençay donde fue nombrado Mayordomo del Rey, en sustitución del duque de San Carlos. Cumpliendo su misión real fue asesinado junto con José María Wanestron el 10 de octubre de 1810 cerca del navarro pueblo de Lerín por dos guerrilleros o soldados de caballería. (Ver: Jordán de Urries, Juan, Memorias del Marqués de Ayerbe sobre la estancia de Dn Fernando VII en Valençay, Zaragoza en 1893).
 
Los títulos que ostentó fueron los siguientes: Marqués de Ayerbe, Marqués de Lierta, Marqués de Rubí, Marqués consorte de Vallehermoso, Conde de San Clemente, Barón de Torrellas, Barón de Sánchez de Toledo, Señor de las Villas y aldeas de: Ayerbe, Biscarrues, Bardanés, Fontellas, Losanglis, Piedramorrera, La Honor de Marcuello, Sarsa, Linas y Pequera, La Peña de Carcabiello, Santa María, Triste y Yeste, De nuestra Señora de Ordás, Arguis y Nueno, Larres, Borres, Aurín, Ibort, Cartirana, Binies, Pardinas de Rosel, Mondot, Carcavilla, Aracastiello, Ostes, Bué, Blanzaco, Ordaniso, Jaz, Cercito, Bistis, Rompesacos, Ameto, Primoro, Jabierre, Tras Sierra, La Ge, Mayorazgo de Aibar. Señor de Baronías de: Albalate, Selgua, Terreu, Montbrant, Fontclara, Pola, Rico Hombre de Navarra, Caballero Mesnadero en Aragón, alcalde Perpetuo del Real Palacio de Huesca, General de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza. Gentil hombre de Cámara de Carlos IV, Mayordomo y jefe de la Casa Real de Fernando VII, Caballero
de la Gran Cruz de Carlos III. A títulos póstumos: Comendador de Carrión en la Orden de Calatrava y Gran Cruz de Valençay.
 
Sobre un interior en penumbra, con la efigie de la Virgen del Pilar sobre columna (a la derecha del retratado), el pintor Inza dispone la figura de Pedro Jordán de Urries a la edad de 6- 10 años, en el centro de la composición. Peinado, según la moda diocechesca con peluca rematada en dos bucles, Pedro, dirige su mirada penetrante, ingenua y directa al espectador captando de forma casi instantánea toda nuestra atención y simpatía. Viste hábito de infante de la Virgen del Pilar. La luz irrumpe en el cuadro por la parte izquierda para centrarse en la figura del retratado, lo que permite al pintor crear un maravilloso juego cromático de rojos, tonalidades malvas y grises irisados de su vestido. Destacamos la habilidad técnica en el modo de hacer los bordados del roquete, del lazo de seda azul, así como de la medalla de la Virgen del Pilar que cuelga de su cuello o de las hebillas de los zapatos. Descansa sobre un pavimento de suelo ajedrezado de losas en verde y rosa.
A relacionar con el retrato de Don Gabriel de Borbón conservado en el Museo Lázaro Galdiano y con el retrato de Don Gabriel de Borbón de la colección de la Real Maestranza de Caballería de Ronda. En los tres, podemos apreciar cercanas similitudes desde el punto de vista estilístico, así como invariables puntos en común como es el tratamiento del pavimento ajedrezado.
 
Sin duda cabe, Inza ha sido un pintor falto de un estudio en profundidad, aunque dominó el panorama artístico de la segunda mitad del siglo XVIII. Pintó numerosos retratos para la familia real, aristócratas e intelectuales, pero fue un artista discreto con un estilo muy preciso. La obra que presentamos, es una interesante aportación al catálogo razonado del pintor y podemos considerarla por su delicadísima factura como una de sus obras más notables.
Otro retrato de Pedro Jordán de Urríes y Fuenbuena es el recogido en la Real Academia de la Historia (https://dbe.rah.es/biografias/42046/pedro-maria-jordan-de-urries-y-fuenbuena).

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NO VENDIDO

VENDIDO
825. ESCUELA MEXICANA, SIGLO XVIIIVirgen de Guadalupe con las apariciones de Juan Diego

Óleo sobre lienzo. 164,5 x 109 cm.
Con importante marco antiguo en madera tallada dorada y parcialmente policromada.
 
PROCEDENCIA:
Colección particular, Madrid.
 
La representación de la Virgen de Guadalupe, inspiró una gran devoción hacia este icónico símbolo de la Madre de Dios y su pueblo, pero también entre los gobernantes españoles y los nativos y, se convirtió en un símbolo nacional, lo que produjo que su representación fuera una constante entre los pintores de Nueva España. Se convirtió en un emblema de orgullo e identidad para el pueblo conquistado. Sus asombrosas intercesiones durante plagas y desastres nacionales, alentaron aún más la ferviente veneración.
 
La tradición oral describe cómo en una fría mañana de diciembre de 1531, en el cerro de Tepeyac, un sitio sagrado para los aztecas y otros pueblos antiguos, se apareció la Virgen María a Juan Diego, le habló en náhuatl, su propio idioma, y eventualmente le pidió que contara a otros sobre su aparición y su gran amor por toda la humanidad. También le instruyó para construir un templo en el mismo lugar donde ella le habló por primera vez, para que otros llegaran a conocerla. La devoción al culto de la Virgen fue promovida aún más por órdenes religiosas como los franciscanos y agustinos, y para principios de la década de 1550, el arzobispo Montúfar, un fraile dominico que se convirtió en el segundo obispo de México, también era un devoto piadoso.
 
Es posible que el lienzo que presentamos fuera concebido con el propósito de ser utilizado en un ámbito de culto privado. En el centro de la composición, la Virgen María como Inmaculada Concepción, sobre una media luna, con las manos unidas en oración. Su manto deslumbrante está cubierto en brocado con decoración floral. Porta corona en alusión a su estatus de Reina del Cielo. Los rayos dorados que emanan a su alrededor confirman su estatus divino. En las esquinas insertas en cartelas circulares las escenas que ilustran las apariciones milagrosas de la Virgen a Juan Diego.

Precio salida

6.000 €

VENDIDO POR

7.500 €
VENDIDO
825. ESCUELA MEXICANA, SIGLO XVIIIVirgen de Guadalupe con las apariciones de Juan Diego

Óleo sobre lienzo. 164,5 x 109 cm.
Con importante marco antiguo en madera tallada dorada y parcialmente policromada.
 
PROCEDENCIA:
Colección particular, Madrid.
 
La representación de la Virgen de Guadalupe, inspiró una gran devoción hacia este icónico símbolo de la Madre de Dios y su pueblo, pero también entre los gobernantes españoles y los nativos y, se convirtió en un símbolo nacional, lo que produjo que su representación fuera una constante entre los pintores de Nueva España. Se convirtió en un emblema de orgullo e identidad para el pueblo conquistado. Sus asombrosas intercesiones durante plagas y desastres nacionales, alentaron aún más la ferviente veneración.
 
La tradición oral describe cómo en una fría mañana de diciembre de 1531, en el cerro de Tepeyac, un sitio sagrado para los aztecas y otros pueblos antiguos, se apareció la Virgen María a Juan Diego, le habló en náhuatl, su propio idioma, y eventualmente le pidió que contara a otros sobre su aparición y su gran amor por toda la humanidad. También le instruyó para construir un templo en el mismo lugar donde ella le habló por primera vez, para que otros llegaran a conocerla. La devoción al culto de la Virgen fue promovida aún más por órdenes religiosas como los franciscanos y agustinos, y para principios de la década de 1550, el arzobispo Montúfar, un fraile dominico que se convirtió en el segundo obispo de México, también era un devoto piadoso.
 
Es posible que el lienzo que presentamos fuera concebido con el propósito de ser utilizado en un ámbito de culto privado. En el centro de la composición, la Virgen María como Inmaculada Concepción, sobre una media luna, con las manos unidas en oración. Su manto deslumbrante está cubierto en brocado con decoración floral. Porta corona en alusión a su estatus de Reina del Cielo. Los rayos dorados que emanan a su alrededor confirman su estatus divino. En las esquinas insertas en cartelas circulares las escenas que ilustran las apariciones milagrosas de la Virgen a Juan Diego.

Precio salida: 6.000 €

VENDIDO POR: 7.500 €

VENDIDO
834. ANTONIO DE BRUGADA (Madrid, 1804 - San Sebastián, 1863)Vista de paisaje alpino con aldea y casa de campo, en primer término figuras bajo una pérgola

Óleo sobre lienzo. 67,5 x 91 cm.
Firmado: "A. de Brugada".
El pintor Antonio Brugada, hermano de José de Brugada, destacó en el romanticismo español, centrándose principalmente en la representación de marinas. Su formación comenzó en la Academia de San Fernando, donde estudió entre 1818 y 1821. Durante el Trienio Liberal (1820-1823), formó parte de la milicia Nacional de Madrid como teniente, mostrando un firme apoyo al Gobierno constitucional, lo que resultó en su encarcelamiento y persecución por parte de los absolutistas. Obligado a exiliarse a Francia en 1823, permaneció fuera de España durante al menos once años, visitándola de manera esporádica. En Burdeos, entabló una amistad cercana con Goya hasta la muerte de este último, siendo incluso solicitado por su hijo para realizar el inventario de los cuadros de la Quinta del Sordo.
En 1838, expuso en el Liceo Artístico y Literario Español, y posteriormente participó en las exposiciones anuales de Bellas Artes de la Academia de San Fernando en 1848 y 1850, así como en la Exposición Nacional de 1858. Su prestigio le permitió ocupar cargos importantes, como el de académico de mérito de la Real Academia de San Fernando de Madrid en la especialidad de paisaje en 1841, y de la de San Carlos de Valencia. Además, fue nombrado pintor de cámara de Isabel II en 1844, y recibió distinciones como la Orden de Isabel la Católica en 1841 y la Real Orden de Carlos III.
La obra que presentamos es una representación de paisaje, concebida como una vista panorámica impresionante que ejemplifica los postulados románticos en los que se educó Brugada. Aunque la historia principal, que muestra a una joven leyendo bajo una pérgola mientras un caballero observa el paisaje y unos perros juegan, parece quedar en segundo plano frente a la riqueza de los elementos paisajísticos, el pintor logra una composición perfectamente equilibrada. Su cuidado dibujo resalta por el predominio de colores cálidos. La vista montañosa nevada en el fondo sugiere los Alpes, mientras que la arquitectura nórdica de las edificaciones evoca un pueblo de sus alrededores, lo que sugiere que este paisaje fue probablemente pintado durante su exilio en Francia.
Siguiendo de cerca los postulados sobre lo sublime de Friedrich, Brugada logra plasmar en este paisaje el sentimiento de lo hostil y lo sereno, conmoviéndonos y perturbándonos profundamente, evocando una melancolía que se materializa a través del imponente abeto en el lado derecho del lienzo y la impresionante vista del paisaje invernal de las montañas de los Alpes al fondo.
Una colección de lienzos de Antonio Brugada se conserva en la Fundación Santamarca en Madrid, mientras que otras obras están en manos privadas y algunas más forman parte de las colecciones de instituciones públicas como la Real Academia de San Fernando, el Museo del Prado y el Museo Naval de Madrid.

Precio salida

7.000 €

VENDIDO POR

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VENDIDO
834. ANTONIO DE BRUGADA (Madrid, 1804 - San Sebastián, 1863)Vista de paisaje alpino con aldea y casa de campo, en primer término figuras bajo una pérgola

Óleo sobre lienzo. 67,5 x 91 cm.
Firmado: "A. de Brugada".
El pintor Antonio Brugada, hermano de José de Brugada, destacó en el romanticismo español, centrándose principalmente en la representación de marinas. Su formación comenzó en la Academia de San Fernando, donde estudió entre 1818 y 1821. Durante el Trienio Liberal (1820-1823), formó parte de la milicia Nacional de Madrid como teniente, mostrando un firme apoyo al Gobierno constitucional, lo que resultó en su encarcelamiento y persecución por parte de los absolutistas. Obligado a exiliarse a Francia en 1823, permaneció fuera de España durante al menos once años, visitándola de manera esporádica. En Burdeos, entabló una amistad cercana con Goya hasta la muerte de este último, siendo incluso solicitado por su hijo para realizar el inventario de los cuadros de la Quinta del Sordo.
En 1838, expuso en el Liceo Artístico y Literario Español, y posteriormente participó en las exposiciones anuales de Bellas Artes de la Academia de San Fernando en 1848 y 1850, así como en la Exposición Nacional de 1858. Su prestigio le permitió ocupar cargos importantes, como el de académico de mérito de la Real Academia de San Fernando de Madrid en la especialidad de paisaje en 1841, y de la de San Carlos de Valencia. Además, fue nombrado pintor de cámara de Isabel II en 1844, y recibió distinciones como la Orden de Isabel la Católica en 1841 y la Real Orden de Carlos III.
La obra que presentamos es una representación de paisaje, concebida como una vista panorámica impresionante que ejemplifica los postulados románticos en los que se educó Brugada. Aunque la historia principal, que muestra a una joven leyendo bajo una pérgola mientras un caballero observa el paisaje y unos perros juegan, parece quedar en segundo plano frente a la riqueza de los elementos paisajísticos, el pintor logra una composición perfectamente equilibrada. Su cuidado dibujo resalta por el predominio de colores cálidos. La vista montañosa nevada en el fondo sugiere los Alpes, mientras que la arquitectura nórdica de las edificaciones evoca un pueblo de sus alrededores, lo que sugiere que este paisaje fue probablemente pintado durante su exilio en Francia.
Siguiendo de cerca los postulados sobre lo sublime de Friedrich, Brugada logra plasmar en este paisaje el sentimiento de lo hostil y lo sereno, conmoviéndonos y perturbándonos profundamente, evocando una melancolía que se materializa a través del imponente abeto en el lado derecho del lienzo y la impresionante vista del paisaje invernal de las montañas de los Alpes al fondo.
Una colección de lienzos de Antonio Brugada se conserva en la Fundación Santamarca en Madrid, mientras que otras obras están en manos privadas y algunas más forman parte de las colecciones de instituciones públicas como la Real Academia de San Fernando, el Museo del Prado y el Museo Naval de Madrid.

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